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sábado, 14 de junio de 2014

Ricos contra pobres.


Los políticos están haciendo lo que han hecho desde su origen: representar a los poderosos. Es un error considerar que el problema de la sociedad actual es la clase política; los partidos políticos mayoritarios y corruptos solamente son los representantes de la clase dominante emanada de las finanzas, del tráfico de drogas, de armas, de desinformación, de personas, de la especulación mercantil de todo tipo de bienes, subrayando aquellos teóricamente protegidos por la Declaración de los Derechos Humanos como el hogar, el alimento, y en última instancia la libertad y de la vida. 

En realidad, la situación es muy sencilla. Hay una lucha, hay dos bandos: sólo uno combate. Los pobres -entiéndanse los que tienen que trabajar para vivir- no identifican a su enemigo o no actúan, sienten pereza, sienten la lucha como ajena, como algo fútil, están desperdigados. Si combaten lo hace de forma descaminada: sin cohesión, de forma sectaria, individualista, en frentes equivocados e incluso contra su mismo bando. La lucha de clase solo los ricos la tienen presente, la expresan mediante desprecio, amparados ¿inconscientemente? en el darwinismo social yanqui (notorio en su cine, en películas como The company men).

Mientras tanto los pobres asumen la moral dominante entre vítores y aplausos a multimillonarios del deporte espectáculo; arma ideológica que sirve para difuminar la lucha de clases y justificar la desigualdad. Es inadmisible que reputadas personas de izquierdas obvien este hecho (por ejemplo, Galeano con su libro laudatorio acerca del fútbol o el debate dirigido por Pablo Iglesias en su programa internáutico). Otra prueba de esta pasividad es la actitud de los pobres ante los bancos, que son los principales responsables del aumento de la explotación social. Se critica a la clase política, se cambia el voto; se critica a los bancos, pero no se cambia el dinero. No hay una organización ciudadana que aglutine a los ciudadanos ante los bancos y los castigue, que se erija como contrapoder de la esencia del sistema, el mismo capital.

Mientras tanto, a veces a algún rico se le escapa alguna verdad sin paliativos: “Por supuesto que hay lucha de clases y los ricos estamos ganando”. Pero esto es una anormalidad, hasta tal punto ha calado el mensaje nacionalista y mitigado el de la lucha social que hoy en día damos por sentado que los gobiernos gobiernan para todos —o deberían—, o que si a las empresas nacionales les va bien al conjunto del país también.

Como dice el proverbio, la mejor victoria es vencer sin combatir; ¿cuántos trabajadores tendrían claro la lucha de clases allá en el siglo XIX incluso antes del surgimiento del marxismo? En cambio hoy, a través de la difusión del mensaje hegemónico el pueblo ha asumido la moral dominante, las ideas que quieren que tengamos; en este sentido, la mejor propaganda es aquella que no se percibe, así nos disponemos a regocijarnos con el mundial en verano o ver el taquillazo yanqui del momento.

El pueblo debe tener clara una cuestión: una persona rica y otra persona pobre son contrincantes sociales. Así de simple. Vicenç Navarro se atreve a ponerle cifra: el 10% más opulento de la sociedad occidental, especialmente el 1% más rico. Es importante este dato, porque muchas veces caemos en la demonización del que tiene dos duros más que nosotros o mejores condiciones laborales. Evidentemente el eslogan ricos contra pobres es una simplificación, pero posiblemente mejor tener clara esta simplificación que divagar entre los océanos de desinformación, justificaciones y ambigüedades imperantes.

Y digo simplificación porque hay que tener en cuenta que vivimos en un mundo globalizado (que no es ni más ni menos que la unión de la clase dominante a escala mundial; si bien Marx dijo: ¡Trabajadores del mundo, uníos! fue la clase dominante la que tomó nota), es decir la lucha de clases entre pobres y ricos ha de mirarse a diferentes escalas. De esta manera hemos de ser consciente que la clase trabajadora occidental ha sido y sigue siendo la beneficiaria de la explotación y esclavitud en los países pobres del mundo. Además, todavía sigue existiendo la clase media, clase que se amoldó al estilo de vida burgués y a sus ideas.

Si quisiéramos ahondar en esta cuestión, deberíamos realizar una retrospectiva histórica contemporánea de la lucha de clases. Podríamos situar su primera fase en el afianzamiento del movimiento obrero, durante el siglo XIX. La clase obrera occidental explotada cual instrumento, ganó terreno a base de lucha, violencia, muerte, ideas y convencimiento. Esta fase acabó con los grandes desastres, las Guerras Mundiales fueron un paso atrás para el movimiento obrero, la clase trabajadora luchó por su nación; luchó a favor de su propia clase dominante que los subyugaba; el proyecto de Estado-nación burgués coló en la mentalidad del pueblo; la visión nacionalista se impuso a la social.

Pero una segunda fase comenzó tras las Guerras Mundiales. Muchas poblaciones europeas se quedaron sin nación a la que acogerse, solo había destrucción, desolación y desmoronamiento civilizatorio, y una población demasiado habituada a la violencia para convivir en época de paz en tales términos. Además se instauró lo más peligroso para una realidad impuesta: una alternativa, el comunismo. La hegemonía del capitalismo estaba puesta en duda muy seriamente, lo que aun no sucede hoy en día.

Ante esta situación, las elites dominantes estadounidenses y europeas se percatan de la imposibilidad de implantar su capitalismo en Europa, ya que conllevaría la pobreza y el riesgo inminente de la revolución obrera, lo que ellos llamaban el contagio comunista. La clase dominante decidió implantar el Estado del bienestar, y con ello arrancar los años dorados del capitalismo: el Estado dirigió la economía, que se fijó en el modelo soviético de planificación. El dejar hacer y el dejar pasar del liberalismo clásico se abandonó para llegar a una especie de simbiosis entre gobiernos, empresarios y obreros. El crecimiento económico de los años cincuenta y sesenta del siglo XX fue tan grande que la clase dominante siguió aumentando el rendimiento del capital; a la misma vez el proceso de descolonización creó la llamada neocolonización, el dominio sin bandera. La clase obrera se aburguesó en su modelo de vida en el Primer Mundo, desapareció el desempleo mientras que el Tercer Mundo continuó explotado sin conciencia alguna.

Una tercera fase se conformaría a partir de los años setenta: se acaba la época de crecimiento. La clase dirigente del tercer mundo que controla los recursos petrolíferos se percató de su poder y aumentaron su coste; es el fin de la energía barata para Occidente. Al mismo tiempo, la clase dominante mundial entró en otra fase de búsqueda de rendimiento al capital (ganar más dinero) y comenzó a deslocalizar la industria: lo que produce la mundialización de la mano de obra; los trabajadores de países pobres, muchas veces esclavos, se erigen en competencia de la mano de obra occidental.

Las fábricas abandonan las ciudades occidentales y vuelve a aparecer el desempleo en Occidente. Esta apuesta por parte de la clase dominante es soberbia: mientras ellos cada vez se cohesionan más a lo largo del globo, la clase trabajadora comenzará una competición a escala mundial por los puestos de trabajos (un ejemplo de este fenómeno lo vimos en Salvados, de Jordi Évole; en las declaraciones de un sindicalista de Nissan en España, que legitimaba el papel del sindicato en la lucha entre obreros de diferentes partes del mundo para la concesión de puestos de trabajo) y ya sin la ideología obrera, había desaparecido la conciencia de clase obrera en pos de la “clase media”.

Una nueva fase de la lucha nació en 2007, atendemos a una nueva maximización del capital de la clase dominante, a una codicia nunca vista en la historia de la humanidad; nunca tan pocos amasaron tanta riqueza. En medio del empeoramiento progresivo de la clase obrera desde los años ochenta del siglo XX (que se subsana temporalmente a través del crédito, el aumento de horas trabajadas o de la deuda permanente) se demuestra que la progresiva financiarización de la economía no es solvente. Todo el sistema bancario occidental está comprometido debido a su funcionamiento, que vendría sustentado en la creencia que en el momento de estallar la burbuja sería la clase dominada, el vulgo, quien pagara los platos rotos con los llamados recortes; la eliminación del Estado del bienestar, el descenso de salarios, el aumento de impuestos a los pobres. Ya que el sistema (capitalista) no puede quebrar, los Estados occidentales deciden salvar los bancos a costa del dinero de la clase trabajadora. Resultado, los beneficios capitalistas cada vez son mayores, mientras la clase obrera se empobrece, ni siquiera disponer de un empleo garantiza salir de la pobreza en países como Alemania, Estados Unidos o España.

La cuestión es que la clase dominante realizó un rodeo de treinta años, un retroceso en su frente, para luego avanzar cuando el enemigo ya no estuviera organizado; lo ha hecho a través del control de la cultura, la ideología, el llamado poder blando y el control de la información (hemos atendido a su falsa izquierda, simbolizado en España con el PSOE y El País) cambió la realidad material de la clase trabajadora para cambiar su mentalidad. Lo consiguieron. El resultado es el reino del individualismo en la sociedad de masas. La eliminación progresiva de la meritocracia, de  la cultura del esfuerzo (aunque me temo que siempre fueron cuestiones para pobres).

En definitiva, quien debe cambiar es el pueblo, concienciarse que hay una lucha, que hay dos bandos, y tener claro en todo momento al cual se pertenece. Eso significaría no pagar 70 euros por una camiseta del F.C. Barcelona con publicidad de una de las peores dictaduras, realizada en condiciones esclavistas y que engrosarán las cuentas de ricos burgueses. No ver su televisión, no escuchar su radio, no leer su prensa, no navegar en sus webs: informarse a través de medios alternativos, percibir la propaganda del régimen, el llamado poder blando, como nos inculcan su visión del mundo, la construcción de su hegemonía. Este cambio debe desbordar la perspectiva electoral. Esta visión es la que la clase dominante pretende, el campo electoral es su terreno de juego, está amañado (la proporcionalidad no existe, el factor económico es abrumador y los candidatos son construcciones mediáticas). Debemos ser conocedores que hay que aspirar a cambiar la visión de la humanidad. Es un cambio en el día a día. Es crear una alternativa, una organización. Ser consecuentes. Ricos contra pobres.

Desprecia al rico, porque toda forma de riqueza en este mundo capitalista tiene un origen amoral.