Los
políticos están haciendo lo que han hecho desde su origen: representar a los poderosos.
Es un error considerar que el problema de la sociedad actual es la clase
política; los partidos políticos mayoritarios y corruptos solamente son los representantes
de la clase dominante emanada de las finanzas, del tráfico de drogas, de armas,
de desinformación, de personas, de la especulación mercantil de todo tipo de
bienes, subrayando aquellos teóricamente protegidos por la Declaración de los
Derechos Humanos como el hogar, el alimento, y en última instancia la libertad
y de la vida.
En
realidad, la situación es muy sencilla. Hay una lucha, hay dos bandos: sólo uno
combate. Los pobres -entiéndanse los que tienen que trabajar para vivir- no
identifican a su enemigo o no actúan, sienten pereza, sienten la lucha como
ajena, como algo fútil, están desperdigados. Si combaten lo hace de forma descaminada:
sin cohesión, de forma sectaria, individualista, en frentes equivocados e
incluso contra su mismo bando. La lucha de clase solo los ricos la tienen
presente, la expresan mediante desprecio, amparados ¿inconscientemente? en el
darwinismo social yanqui (notorio en
su cine, en películas como The company
men).
Mientras
tanto los pobres asumen la moral dominante entre vítores y aplausos a
multimillonarios del deporte espectáculo; arma ideológica que sirve para
difuminar la lucha de clases y justificar la desigualdad. Es inadmisible que
reputadas personas de izquierdas obvien este hecho (por ejemplo, Galeano con su
libro laudatorio acerca del fútbol o el debate dirigido por Pablo Iglesias en
su programa internáutico). Otra prueba de esta pasividad es la actitud de los
pobres ante los bancos, que son los principales responsables del aumento de la
explotación social. Se critica a la clase política, se cambia el voto; se
critica a los bancos, pero no se cambia el dinero. No hay una organización
ciudadana que aglutine a los ciudadanos ante los bancos y los castigue, que se erija
como contrapoder de la esencia del sistema, el mismo capital.
Mientras
tanto, a veces a algún rico se le escapa alguna verdad sin paliativos: “Por
supuesto que hay lucha de clases y los ricos estamos ganando”. Pero esto es una
anormalidad, hasta tal punto ha calado el mensaje nacionalista y mitigado el de
la lucha social que hoy en día damos por sentado que los gobiernos gobiernan para todos —o deberían—, o que
si a las empresas nacionales les va
bien al conjunto del país también.
Como
dice el proverbio, la mejor victoria es
vencer sin combatir; ¿cuántos trabajadores tendrían claro la lucha de
clases allá en el siglo XIX incluso antes del surgimiento del marxismo? En
cambio hoy, a través de la difusión del mensaje hegemónico el pueblo ha asumido
la moral dominante, las ideas que quieren que tengamos; en este sentido, la
mejor propaganda es aquella que no se percibe, así nos disponemos a regocijarnos
con el mundial en verano o ver el taquillazo yanqui del momento.
El
pueblo debe tener clara una cuestión: una persona rica y otra persona pobre son
contrincantes sociales. Así de simple. Vicenç Navarro se atreve a ponerle
cifra: el 10% más opulento de la sociedad occidental, especialmente el 1% más
rico. Es importante este dato, porque muchas veces caemos en la demonización
del que tiene dos duros más que
nosotros o mejores condiciones laborales. Evidentemente el eslogan ricos contra pobres es una
simplificación, pero posiblemente mejor tener clara esta simplificación que
divagar entre los océanos de desinformación, justificaciones y ambigüedades
imperantes.
Y digo
simplificación porque hay que tener en cuenta que vivimos en un mundo
globalizado (que no es ni más ni menos que la unión de la clase dominante a
escala mundial; si bien Marx dijo: ¡Trabajadores del mundo, uníos! fue la clase
dominante la que tomó nota), es decir la lucha de clases entre pobres y ricos ha
de mirarse a diferentes escalas. De esta manera hemos de ser consciente que la
clase trabajadora occidental ha sido y sigue siendo la beneficiaria de la
explotación y esclavitud en los países pobres del mundo. Además, todavía sigue
existiendo la clase media, clase que se amoldó al estilo de vida burgués y a sus
ideas.
Si
quisiéramos ahondar en esta cuestión, deberíamos realizar una retrospectiva
histórica contemporánea de la lucha de clases. Podríamos situar su primera fase
en el afianzamiento del movimiento obrero, durante el siglo XIX. La clase
obrera occidental explotada cual instrumento, ganó terreno a base de lucha,
violencia, muerte, ideas y convencimiento. Esta fase acabó con los grandes
desastres, las Guerras Mundiales fueron un paso atrás para el movimiento obrero,
la clase trabajadora luchó por su nación; luchó a favor de su propia clase
dominante que los subyugaba; el proyecto de Estado-nación burgués coló en la
mentalidad del pueblo; la visión nacionalista se impuso a la social.
Pero una
segunda fase comenzó tras las Guerras Mundiales. Muchas poblaciones europeas se
quedaron sin nación a la que acogerse, solo había destrucción, desolación y
desmoronamiento civilizatorio, y una población demasiado habituada a la violencia
para convivir en época de paz en tales términos. Además se instauró lo más
peligroso para una realidad impuesta:
una alternativa, el comunismo. La hegemonía del capitalismo estaba puesta en
duda muy seriamente, lo que aun no sucede hoy en día.
Ante
esta situación, las elites dominantes estadounidenses y europeas se percatan de
la imposibilidad de implantar su
capitalismo en Europa, ya que conllevaría la pobreza y el riesgo inminente de
la revolución obrera, lo que ellos llamaban el contagio comunista. La clase
dominante decidió implantar el Estado del bienestar, y con ello arrancar los
años dorados del capitalismo: el Estado dirigió la economía, que se fijó en el
modelo soviético de planificación. El dejar
hacer y el dejar pasar del liberalismo clásico se abandonó para llegar a una
especie de simbiosis entre gobiernos, empresarios y obreros. El crecimiento
económico de los años cincuenta y sesenta del siglo XX fue tan grande que la
clase dominante siguió aumentando el rendimiento del capital; a la misma vez el
proceso de descolonización creó la llamada neocolonización, el dominio sin bandera. La clase obrera
se aburguesó en su modelo de vida en el Primer Mundo, desapareció el desempleo
mientras que el Tercer Mundo continuó explotado sin conciencia alguna.
Una
tercera fase se conformaría a partir de los años setenta: se acaba la época de
crecimiento. La clase dirigente del tercer mundo que controla los recursos
petrolíferos se percató de su poder y aumentaron su coste; es el fin de la
energía barata para Occidente. Al mismo tiempo, la clase dominante mundial
entró en otra fase de búsqueda de rendimiento al capital (ganar más dinero) y comenzó
a deslocalizar la industria: lo que produce la mundialización de la mano de
obra; los trabajadores de países pobres, muchas veces esclavos, se erigen en
competencia de la mano de obra occidental.
Las
fábricas abandonan las ciudades occidentales y vuelve a aparecer el desempleo
en Occidente. Esta apuesta por parte de la clase dominante es soberbia:
mientras ellos cada vez se cohesionan más a lo largo del globo, la clase
trabajadora comenzará una competición a escala mundial por los puestos de
trabajos (un ejemplo de este fenómeno lo vimos en Salvados, de Jordi Évole; en las declaraciones de un sindicalista
de Nissan en España, que legitimaba el papel del sindicato en la lucha entre
obreros de diferentes partes del mundo para la concesión de puestos de trabajo)
y ya sin la ideología obrera, había desaparecido la conciencia de clase obrera
en pos de la “clase media”.
Una
nueva fase de la lucha nació en 2007, atendemos a una nueva maximización del
capital de la clase dominante, a una codicia nunca vista en la historia de la
humanidad; nunca tan pocos amasaron tanta riqueza. En medio del empeoramiento
progresivo de la clase obrera desde los años ochenta del siglo XX (que se
subsana temporalmente a través del crédito, el aumento de horas trabajadas o de
la deuda permanente) se demuestra que la progresiva financiarización de la
economía no es solvente. Todo el sistema bancario occidental está comprometido
debido a su funcionamiento, que vendría sustentado en la creencia que en el momento
de estallar la burbuja sería la clase dominada, el vulgo, quien pagara los
platos rotos con los llamados recortes; la eliminación del Estado del bienestar,
el descenso de salarios, el aumento de impuestos a los pobres. Ya que el
sistema (capitalista) no puede quebrar, los Estados occidentales deciden salvar
los bancos a costa del dinero de la clase trabajadora. Resultado, los
beneficios capitalistas cada vez son mayores, mientras la clase obrera se
empobrece, ni siquiera disponer de un empleo garantiza salir de la pobreza en
países como Alemania, Estados Unidos o España.
La
cuestión es que la clase dominante realizó un rodeo de treinta años, un
retroceso en su frente, para luego avanzar cuando el enemigo ya no estuviera
organizado; lo ha hecho a través del control de la cultura, la ideología, el
llamado poder blando y el control de la información (hemos atendido a su falsa
izquierda, simbolizado en España con el PSOE y El País) cambió la realidad
material de la clase trabajadora para cambiar su mentalidad. Lo consiguieron. El
resultado es el reino del individualismo en la sociedad de masas. La
eliminación progresiva de la meritocracia, de
la cultura del esfuerzo (aunque me temo que siempre fueron cuestiones
para pobres).
En
definitiva, quien debe cambiar es el pueblo, concienciarse que hay una lucha,
que hay dos bandos, y tener claro en todo momento al cual se pertenece. Eso
significaría no pagar 70 euros por una camiseta del F.C. Barcelona con
publicidad de una de las peores dictaduras, realizada en condiciones
esclavistas y que engrosarán las cuentas de ricos burgueses. No ver su televisión,
no escuchar su radio, no leer su prensa, no navegar en sus webs: informarse a
través de medios alternativos, percibir la propaganda del régimen, el llamado poder blando, como nos inculcan su
visión del mundo, la construcción de su hegemonía. Este cambio debe desbordar la
perspectiva electoral. Esta visión es la que la clase dominante pretende, el
campo electoral es su terreno de juego, está amañado (la proporcionalidad no
existe, el factor económico es abrumador y los candidatos son construcciones mediáticas).
Debemos ser conocedores que hay que aspirar a cambiar la visión de la humanidad.
Es un cambio en el día a día. Es crear una alternativa, una organización. Ser
consecuentes. Ricos contra pobres.
Desprecia al rico, porque toda forma de riqueza en este
mundo capitalista tiene un origen amoral.